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Utopía

Ese día volví más temprano a casa y grande sería mi sorpresa al ver aquella situación, simplemente no lo esperaba, ahí estaba ella, la chica con la que soñaba desde la secundaria estaba sentada en mi sofá, era bastante extraño, no lo podía creer, era ella y no estaba alucinando, la luz del ventanal le daba directamente a su cuerpo desnudo, su cuerpo delgado, su piel bronceada brillaba como el oro con la luz del sol, en su mano derecha tenía una copa de vino y en la mesa de centro se encontraba la botella casi vacía.

 

Me quede pasmado durante mucho tiempo, solo la miraba veía su belleza centímetro a centímetro, ella no reaccionaba al parecer el alcohol ya había hecho sus efectos, me acerque lentamente, sin hacer ruido llegue hasta su cabeza y olí su cabello que tenía un aroma a fresas y cerezas, pase mi mano por su cuello hasta llegar a su pecho que acaricie con mucha delicadeza, volteo su rostro hacía mi cara y en un suspiro ahogado la bese, la bese como siempre quise hacerlo, ella respondía a mis besos con gran hambre de mis labios, me quite el saco pesado que me impedía poder devorarla fácilmente y con el saco se fue la corbata la camisa y el pantalón, la alfombra rozaba nuestras rodillas, nuestras manos se entrelazaban entre nuestros cuerpos desnudos y nuestros labios deseaban no despegarse jamás.

 

La mire a los ojos deseando que no fuera un sueño, la acariciaba con ganas de no soltarla jamás y sus besos embriagadores me llevaron a poseerla, deseaba que esa sensación húmeda y cálida dentro de ella jamás se terminará, el olor de su cuerpo, su cabello y la embriaguez de su boca me llevaron reaccionar de manera enardecida que no pude detenerme, nos unimos en una sola respiración, nuestros corazones latían fervientemente y la luz del sol nos mostraban tal cual somos desnudos, unidos como desde hace 15 años, mi esposa, era mi mujer aquella de la sonrisa interminable, su cuerpo perfecto a pesar del tiempo, sus labios carnosos su piel perfecta y sobre todo esa perfecta capacidad de siempre sorprenderme.

 

 

 

Una mala noche es presagio de un mal día, bueno, eso decía mi abuela…

Digo eso por el insomnio y un pequeño sueño extraño, pero mi abuela estaba un poco perturbada por los cuentos de la gente del pueblo.

Despierto destapado, con el frío de la mañana, esto me hace pensar en un chocolate caliente, con esos panecillos recién horneados, que dejan su recuerdo aromático en cada cerrar de ojos,  pero la casa solitaria me pone en mis deseos, un vaso de leche y fría.

Bajar las escaleras, es una rutina que siempre me pone mal, no soporto esos escalones que truenan como relámpagos de tormenta, es un cuento de terror cada peldaño, pero el suelo firme, es la meta de mis piernas atolondradas.

Un espacio, una rendija de la ventana, hace que un rayo tímido de luz (sin permiso alguno) se adentre a acompañarme, aún es pequeño y no alcanza a iluminar la cocina, en tanto aumenta, mis palabras se extienden a relatar lo que soné y quizás uno que otro sentir, ante las sombras juguetonas que inventas, bebo mi conformación, el cálido acompañante se agranda, se va

El silencio calla, los ruidos del día hacen pequeños conciertos en mi oído. Termino mi charla matutina con la pequeña chispa y me dispongo ansioso a caminar bajo mi enorme acompañante brillante.

SOMBRAS

luna